En el post de hoy volvemos a contar con la colaboración de nuestro amigo el sacerdote Hilario Peña , que nos recuerda a propósito de uno de sus viajes a Tierra Santa , la importancia que tiene el Monte Tabor, escenario de la Transfiguración:

Nos acercábamos al monte Tabor. Y al comenzar las rampas de su subida, nos vino el recuerdo de los beduinos acampados en los campos de Moab. Por las faldas del monte se dispersaban las grandes carpas beduinas, formando pequeños núcleos de población.
Al finalizar la carretera se detuvo el autocar. Allí nos esperaba toda una flota de taxis para subirnos, por un camino empinado y estrecho, tortuoso y a medio asfaltar, hasta la cumbre del monte.
Los conductores de taxis pertenecían a estos grupos beduinos asentados en la falda del Tabor. El taxi para subir a los peregrinos era su medio de vida. Se oponían, pues, a abrir una nueva y amplia carretera por la que pudiesen circular los autocares. Ellos mantenían la exclusiva de la subida al Tabor.

La tradición evangélica, cuándo sitúa la escena de la Transfiguración, no da el nombre del monte. Se limita a decir que ocurrió en un monte alto y aislado. Fue la tradición cristiana más primitiva la que busco la localización de este monte. Muchos pensaron en el gran Hermón, que se encuentra en la frontera de Israel con Siria y el Líbano, más allá de los campos del Golán. Para otros sería el pequeño Hermón.
Sin embargo, muy pronto se impuso la tradición de que la transfiguración debió de tener lugar en el Tabor, por ser el que mejor reunía las características de las que habla el Evangelio: alto y aislado.

Había una pega: en la cima de monte hay restos de vivienda humana. Efectivamente, en tiempos de Jesús había una fortaleza romana. Difícilmente podría haber tenido lugar la Transfiguración de Jesús a la vista de los romanos. Pero en la tradición evangélica nunca se dice que este acontecimiento tuviese lugar en la cima del monte. Es la tradición cristiana la que lo dice; pero hay cantidad de recodos, de sitios escondidos y apartados, donde puede escenificarse el relato evangélico.

Ahora bien, el Tabor, dentro de la escenografía evangélica, viene a ser como un alto en el camino. Los discípulos tienen que seguir a Jesús, tienen que compartir sus fatigas, sus problemas, su incomprensión, pero de vez en cuando hay un Tabor. Sólo que el Tabor no es una meta, sino que es ,simplemente, un alto en el camino, para tomar fuerzas, para que la vida pueda proseguir con su propio ritmo.

Y el Tabor lo tenemos todos nosotros, lo que hace falta es saberlo valorar. Y lo valoramos cuando podemos disfrutar del Cristo Resucitado.
A Cristo le tenemos siempre dentro, pero estamos acostumbrados a topar con Él en el día a día, y entonces entra en juego este alto en el camino, y comenzamos a saborear el Tabor, la Transfiguración.
Y a Jesús le sentimos distinto, comenzamos a intuir, arañar la gran experiencia de la Resurrección. Una experiencia que disfrutaremos en el más allá, pero que podemos ya vislumbrar en nuestro Tabor. Ella puede alimentar una auténtica esperanza.
Este es el mensaje tan bonito que este mismo viaje a Tierra Santa puede hacernos experimentar.
Incluso, cuando uno logra conectar con la Transfiguración, llega a decir: » me planto aquí «. Pero Jesús dice: » Ya llegará el momento, ahora hay que seguir «. Y bajamos del monte a la arena del camino. A la prosa de la vida.

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