El Mar Muerto tiene 80 kilómetros de largo y 16 kilómetros en su parte más ancha. En algún lugar llega hasta 400 metros de profundidad. Está a 392 metros bajo el nivel del mar, el punto más bajo de la Tierra.
Su salinidad es del 25% , en comparación con el 5% que tienen las aguas del mar. El agua posee abundantes sustancias minerales: magnesio, bromuro, potasio, calcio, sulfatos y carbonatos. Es por ello que estas aguas son recomendables para enfermedades de la piel.

El mar se alimenta del río Jordán y del Arnón y no tiene desagüe natural: el agua se evapora quedando las sustancias allí en el mar. La gran densidad del agua permite que los cuerpos floten.
Para bañarse en en el Mar Muerto se recomienda entrar de espaldas y echarse hacia atrás, no tragar agua y, por supuesto, evitar que alguna gota penetre en los ojos. La experiencia es incomparable. El cuerpo flota, literalmente, sin esfuerzo y podemos estar sentados, como si levitáramos.
Jordania e Israel comparten la explotación del Mar Muerto con fines comerciales y curativos; hablamos de enfermedades tales como fibrosis enquistada, psoriasis, reumatismo y desórdenes metabólicos.

En la antigüedad se le llamó Mar de la Sal, y durante el imperio romano, lago Asfaltites. Lo inhóspito de la región hace más atractiva su visita.
La curiosidad se mezcla aquí con cierta dosis de leyenda y de misterio. El azul verdoso de sus aguas densas, casi inmóviles, contrasta con el ocre suave de los agrestes acantilados que lo rodean.
El paisaje es particularmente soberbio por el intenso contraste y el juego de luces al amanecer y al atardecer. Es como si cada día renaciera el desafío entre el litoral del desierto de Judea por occidente y las montañas de Moab en la ribera oriental. Todo forma una unidad geológica, pero la división política Israel-Jordania impide surcarlo de lado a lado y gozar por igual del contraste de ambas orillas, y de la paz y del silencio al que invitan el nivel profundo de estas aguas muertas.

Hoy el nivel del agua ha bajado tanto que la pequeña península de Lizán, que se adentraba en el mar, ha dejado de serlo para convertirse en una franja de tierra que une ambas orillas. La razón no es otra que la falta de lluvias y el aprovechamiento intensivo del río Jordán , cuyas aguas no alimentan como antes dicho mar.
Los estudiosos afirman que el nivel de las aguas del Mar Muerto, cuando Moisés se asoma a las cumbres del Monte Nebo, se elevaba 20 metros más sobre el actual; cifra nada despreciable, si se calcula el caudal que ello implica.
No está de más mencionar aquí que en el extremo sur del Mar Muerto se sitúa el valle de Siddin , donde se ubicaban las infortunadas ciudades de Sodoma y Gomorra. ¿Quien no recuerda el pasaje bíblico: «la mujer de Lot miró atrás, y se convirtió en estatua de sal» ?

 

Nuestro grupo de peregrinación tomando un baño de barro en el Mar Muerto.
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Nuestro grupo de peregrinación tomando un baño de barro, en el Mar Muerto.

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