Vamos a dedicar este post a Belén , «la casa del pan» , que es parte esencial de nuestro circuito por Tierra Santa .
Está muy cerca de Jerusalén, a unos ocho kilómetros. Como curiosidad, aparece en las tablillas de arcilla escritas en lenguaje cuneiforme en los años del faraón Akenatón – en 1369-1353 antes de Cristo-.

Los Campos de Belén constituyen el idílico escenario del libro de Ruth, pero sobre todo es la patria de David. Hay muchos pasajes bíblicos que nos hablan de esta ciudad.
Es el profeta Miqueas quien había anunciado que de Belén , la más pequeña de las ciudades de Judá, saldría el que había de dominar  en Israel. A esa ciudad de David sube José, porque es de su casa y familia.
Los evangelistas Mateos, Lucas y Juan designan a Belén como el lugar del nacimiento de Jesús.

Todo sucede en Belén: «mientras estaban allí le llegó a María el tiempo del parto, y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañalaes y lo acostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada » (Lc 2, 6.7).

Con estremecimiento entramos  en el misterio. La puerta de ingreso a la Basílica es tan baja que hay que agacharse para entrar. Sólo hay una clase de privilegiados, los niños, que no necesitan agacharse (Mc 10, 13-16). Para poder entrar hay que hacerse niño. Sólo haciéndonos niño en sentido bíblico podría ser fácil.
Bernanós ha escrito comentando la frase de Jesús, que «es una de las más duras», pero necesaria para alcanzar nuestra salvación. Es un verdadero mandamiento.
Unamuno, al final de su vida, entendió cual era la condición indispensable para «entrar» y escribió:
«Agranda la puerta, Padre, porque no puedo pasar; la hiciste para los niños, yo he crecido a mi pesar. Si no me agrandas la puerta, achícame por piedad. Vuélveme a la edad bendita en que vivir es soñar

Belén, casa del pan, casa de la carne, región fértil que ha dado pie a San Gregorio Magno a escribir consideraciones como esta: «Con razón nace Jesús en Belén, que significa casa del pan, pues es El quien dijo: Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. El lugar en que nace el Señor se había llamado ya antes casa del pan, porque allí había de aparecer en la carne el que iba a alimentar en el espíritu a los elegidos«.

Belén es un lugar a la vez dulce y amable, donde advertimos que ese Dios impenetrable es un niño y que sonríe.
Belén evoca tantos recuerdos, añoranzas, vivencias, días de serenidad gozosa y de paz. Todos hacemos un alto en el camino, en el correr de nuestra vida, para disfrutar con los seres queridos alrededor de nuestros belenes. Hasta en las guerras se da una tregua de paz, cuando llega la Navidad.

 

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