Una anécdota a recordar. Y bien merece la pena, después de mucho tiempo.
Don Antonio Muñoz , hoy día nonagenario pero bien armado de cabeza, es el protagonista de lo que voy a relatar.

Ocurrió en uno de los muchos fam trip , viajes de prospección o familiarización  , que realizamos con sacerdotes, religiosos-as y laicos organizadores de Peregrinaciones y Turismo Religioso a Polonia . Para ser más exactos fue por Zakopane , cerca de Cracovia , a los pies de los Montes Tatras. Una zona de bellísimos parajes naturales.

Promediado el viaje, a la hora del almuerzo, se me acerca el Padre Antonio y me cuenta que extraña muchísmo una buena tortilla de patatas. Con buenas palabras me invita a decírselo al dueño del restaurante. Y así procedí. A ello contribuyó nuestra guía local que lo conocía bien.
Rápidamente, todo contento, Don Antonio se atavió un delantal y comenzó a dar órdenes, como las da el mejor chef. Las patatas peladas y laminadas. Las cebollas, de igual forma.
Mientras tanto ha puesto ya una sartén con aceite para dorar la cebolla y freír las patatas. Todo a fuego medio, removiendo de vez en cuando, hasta que les da su punto. Las retira y las escurre.
En un recipiente grande ya había batido los huevos, creo que unos ocho. Y allí agregó, debidamente sazonados, las patatas y cebollas.
A continuación, en una sartén grande, con un poco de aceite, vierte la mezcla anterior. Cuaja todo, primero a fuego vivo y después un poco más suave. Con una tapadera de borde liso da vuelta a la tortilla para que se dore por ambos lados y… con una sonrisa de oreja a oreja, Don Antonio aparece en el comedor portando la tortilla de patatas y a cada compañero de viaje , eramos catorce, le sirve su ración.
Una cerrada ovación para nuestro improvisado cocinero. Estaba riquísima, de «rechupete».

De paso quiero mencionar también una frase que siempre repetía y recordaba cuando venía con Pertur a estos viajes.
El era de misa diaria. La celebraba con o sin compañeros. Desde siempre. Nunca dejó de hacerla, pero era muy comprensivo y generoso.
A lo que íbamos. No se privaba, al presentarse en público, de tirar su famosa frase, a modo de chascarrillo: «Cura viajero, ni mísero ni misero».
Ese era nuestro Don Antonio.

Foto de portada : licencia CC  by Jordan Klein

Pin It on Pinterest

Share This