Cuando el peregrino inicia su peregrinación ha de estar dispuesto a recorrer dos caminos. Uno exterior y otro interior.

El camino exterior lo recorrerá acompañado de otros, con los que compartirá fatigas y alegrías del camino, junto con inclemencias del tiempo. Disfrutarán de días de sol y bonanza, con atardeceres mágicos. Soportarán noches oscuras y días tenebrosos con tormentas, lluvias y frío.

En cambio el camino interior es personal e intransferible para cada peregrino. Cada uno parte de un punto concreto, de acuerdo con su propia fe y situación espiritual; y ha de ir recorriendo las etapas de su crecimiento, hasta llegar al encuentro con Jesucristo.  Como punto de partida, el peregrino ha de contar con varias disposiciones y sentirse dominado por grandes motivaciones. En primer lugar, tiene que amar a Dios y sentir el deseo de estar más cerca de Él.

Finalmente, para alcanzar las gracias divinas, tiene que aprovechar el viaje para ir creciendo en la fe, la esperanza y la caridad. Tener en cuenta que iniciar el viaje no significa llegar. Simplemente se pone en camino y se abre a la transformación interior, que reclama disponibilidad. De nada sirve cumplir un rito, si no hay disposición para dejarse penetrar por la energía del Espíritu. El verdadero peregrino camina para encontrar la belleza de la fe. Precisamente, la fe en su esencia consiste en «ser peregrino«.

Termino con estas palabras de Benedicto XVI: » La carta a los Hebreos muestra la fe de Abraham que sale de su tierra y se convierte en peregrino hacia el futuro durante toda su vida , y este movimiento abrahámico en el acto de fe, es ser peregrino sobre todo interiormente , pero debe expresarse también exteriormente. En ocasiones hay que salir de la vida cotidiana, del mundo de lo útil, del utilitarismo, para ponerse verdaderamente en camino hacia la trascendencia, trascenderse a sí mismo y la vida cotidiana, y así encontrar también una nueva libertad, un tiempo de replanteamiento interior, de identificación de sí mismo, para ver al otro, para ver a Dios. Así es también la peregrinación: no consiste sólo en salir de sí mismo hacia el más Grande, sino en caminar juntos.

La peregrinación congrega, vamos juntos hacia el otro y así nos encontramos recíprocamente. Basta decir que los caminos de Santiago son un elemento en la formación de la unidad espiritual del continente europeo. Peregrinando aquí se han encontrado, y han encontrado la identidad europea común. Y también hoy renace ese movimiento , esta necesidad de estar en movimiento espiritual y físicamente, de encontrarse el uno con el otro y de encontrar el silencio, libertad, renovación, y encontrar a Dios«

Hilario Peña

 

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