La peregrinación forma parte del acervo de las Religiones. En Occidente la palabra latina peregrinatio evoca la marcha o el camino. Esta misma idea la encontramos en el vocablo japonés. En el Islam tiene el sentido de «ir a«. Y en la India cobra un elemento especial el vado del río que hay que flanquear. Así, pues, la semántica de la palabra «peregrinación» nos lleva a la definición del peregrino como un viajero que se pone en ruta hacia otro lugar.

Recordemos también que el término latino peregrinus incluye tanto una disposición interna como una actitud que le llevará a mantener una situación distinta en su desplazamiento. No es que el peregrino camine sobre ascuas, él ama intensamente el camino, pero sin pararse en él nada más que lo justo. Esta es la gran paradoja cristiana, que nos lleva a vivir en vilo, pero con más amor que  nadie al camino que recorremos.

Por eso el peregrino se siente a sí mismo como un extraño, ajeno al mundo en el que se encuentra, desarraigado y desamparado como un advenedizo, incluso incomprendido como un extranjero que es. Sin embargo, no se confunde con un extranjero más. Él busca un destino, no es un viajero errante. Con todo, hoy es difícil establecer un límite entre peregrino y viajero.

Acaso la señal más definitiva de un peregrino es la condición religiosa, que le confiere el conocimiento del destino buscado. Nadie es peregrino sin término, y nadie peregrina sin saber lo que busca. Quizá la nota más característica le viene dada por la lejanía del destino. Así se diferencia la peregrinación de la romería, que es la celebración en un lugar santo, próximo a la propia residencia. Sin marcha lejana no hay peregrinación.

La peregrinación, lo hemos dicho, forma parte del paisaje de todas las Religiones. Pero no en todas se entiende de la misma manera. En la mayoría de ellas, lo que busca el peregrino es el milagro, la maravilla y es suficiente el desplazamiento para que esto ocurra. Para un musulmán que peregrina a La Meca ver la piedra de la Kaaba es el todo. Con ello su vida cambia. Este peregrino se distingue perfectamente de los que no han peregrinado a La Meca. Su mismo aspecto exterior le delata: formas de vestir tradicionales, barba larga y descuidada.

Estaba yo, aquella mañana, en la Vía Dolorosa de Jerusalén. Al fondo, por la puerta de los Leones, atravesaba la muralla un grupo de musulmanes. Y enfilaron la misma calle, larga y retorcida como un suspiro. Un anciano destacaba en el grupo: túnica larga y blanca, la barba crecida e hirsuta, encanecida por el tiempo. Cuando llegaron a mi altura, lo miré fijamente y me eché a un lado, para dejarlo pasar. Era un ciego. Pero un ciego especial. Le faltaban las órbitas de los ojos. Se trataba de un peregrino de La Meca. Después de haber visto la piedra negra de la Kaaba, no quería volver a ver nada más. Que ésta fuese la última visión que recordase su memoria. Y se mandó arrancar las órbitas de sus ojos.

El cristianismo es otra cosa. Más que una Religión, el Cristianismo es una Fe. Así se presentó, en un principio, ante el mundo grecolatino, que llegó a perseguir a los cristianos, como un peligro para el Imperio: eran hombres sin religión. Ante aquellos hombres sumamente religiosos, que levantaban altares, incluso a los dioses desconocidos, los cristianos se presentaban como hombres de Fe. Es verdad que esa fe no se pasea desencarnada por el mundo, tiene que manifestarse ante los otros, y esa manifestación da origen a ceremonias y ritos, y así hablamos de Religión Cristiana. Pero dichas manifestaciones tienen que estar siempre impulsadas e iluminadas por la Fe, de lo contrario esas manifestaciones no pasarían de ser simples ritos religiosos.

Por eso, en el cristianismo la peregrinación está ligada con el encuentro con Dios. Y como fruto de la peregrinación, lo que se espera es la conversión. Y signo de ese encuentro aparece el perdón de los pecados. El maravilloso perdón de Dios, gratuito y desbordante, que nos compromete a seguir perdonando, a que el don de Dios recibido siga siendo don para el hermano. Así se manifestará si nuestra conversión es verdadera.

Hilario Peña.

 

 

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